En septiembre de 1848, Phineas Gage, un capataz de ferrocarriles, sufrió un grave accidente laboral que cambió su vida. Mientras trabajaba en la voladura de rocas, una chispa provocada por un error hizo explotar la pólvora que estaba compactando con una barra de metal. Esta barra, de un metro de longitud, le atravesó el cráneo de forma dramática.

A pesar de la gravedad del accidente, Gage recobró la conciencia minutos después, aunque gran parte de sus lóbulos frontales quedaron destruidos. Sorprendentemente, sobrevivió y recuperó muchas de sus habilidades mentales. Su caso se convirtió en un punto de referencia en psicología y neurociencia debido a las profundas implicaciones para la comprensión del cerebro.

El doctor Harlow, quien trató a Gage, quedó impresionado no solo por su supervivencia, sino también por su recuperación. Sin embargo, observó un cambio significativo en su personalidad: Gage pasó de ser una persona amable y trabajadora a alguien irritable e impulsivo. Este cambio llamó mucho la atención y fue ampliamente documentado por Harlow.

Después del accidente, Gage ya no era el mismo. Su comportamiento se volvió más errático y agresivo, lo que le llevó a dejar su trabajo en el ferrocarril. Trabajó en el museo Barnum, exhibiéndose junto a la barra de metal, y más tarde se trasladó a Chile, donde trabajó como conductor de carruajes hasta que regresó a Estados Unidos, donde sufrió ataques epilépticos que lo acompañaron hasta su muerte en 1860.

El caso de Phineas Gage es importante porque mostró cómo las lesiones cerebrales pueden alterar la personalidad y el comportamiento, algo que antes se pensaba que estaba relacionado con el «alma». Este caso ayudó a entender mejor cómo diferentes áreas del cerebro están vinculadas a diferentes aspectos de la conducta.

Hoy en día, se cree que el cambio de personalidad de Gage podría ser un ejemplo de Síndrome Prefrontal, causado por la lesión de los lóbulos frontales. Esta zona del cerebro es crucial para planificar a largo plazo y controlar impulsos. También se considera la posibilidad de que el impacto social de estar desfigurado contribuyera a sus cambios de conducta, mostrando la complejidad de separar factores biológicos y sociales en la conducta humana.

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